martes, 9 de febrero de 2016

¡Cambio de Plataforma!

Buenas chicos, sintiéndolo mucho dejo de usar Blogger. Me satura un poco tanto cambio en la estructura interna, además he tenido problemas para publicar porque no me dejaba la plataforma. Pero no os preocupéis, os dejo el enlace de mi nuevo Blog:

http://mihueco.weebly.com/

Es mucho más sencillo y tiene un diseño más austero, pero ahora mismo me convence mucho más. Todo lo que está en este sitio web lo subiré poco a poco al nuevo blog y por supuesto la temática del nuevo será la misma. ¡Ya hay una entrada original y nueva en ese sitio!

Espero que sigáis leyéndome, yo no dejaré de seguiros y leeros a vosotros! ¡Un abrazo!

Esther.

domingo, 3 de enero de 2016

En el cajón de la mesita

Vivía su vida encerrado en su palacio, donde a través de los muros veía como el tiempo cambiaba en el exterior. La melodía del viento entre las copas de los árboles adornaba las tardes de melancolía blanquecina en la que notaba que algo le faltaba para ser feliz.

No recordaba cuanto tiempo llevaba metido entre aquellos fríos muros, cuanto tiempo hacía que no escuchaba el eco de alguna voz humana, cuanto tiempo hacía que no amaba.
Solo recuerda el porqué decidió cerrar las puertas de su hogar, y con ellas las de su corazón a todo ser extraño que pudiera hacerle daño. 

Muchos años atrás, cuando era niño salía a andar por las praderas de los al rededores. Los pompones de los calcetines trotaban al mismo ritmo que los dientes de león corrían anunciando la llegada de la primavera. En lo más alto de una de las colinas cercana, había una pequeña casa que siempre le llamó la atención. Todos los días a eso de la siete de la tarde su chimenea desprendia un humo grisaceo que  parecía cubrir el cielo con un manto.  La divisaba desde abajo de la pradera, rodeado de girasoles y amapolas azules. Tanto era su deseo de emprender un viaje hacia lo alto, qu le pidió a su padre poder ir a investigarla como regalo de su décimo cumpleaños. 

Receloso de que pudieran atacar a su pequeño, el hombre sabio y mayor decidió que lo acompañaría aquel día. El doce de abril, a eso de las cuatro de la tarde, trás comer la tarta que la madre de Jack había preparado, ambos emprendieron un viaje de  unos cien pasos hasta la casita de paredes moradas.
La verja estaba entreabierta, y se podía divisar a una pequeña niña sentada en los brazos de su abuela jugando con unas rosas. 
Al verla, sus ojos se iluminaron, entre el pelo azabache y los ojos de carbón, el niño encontró la oscuridad más iluminadora que vería en su vida. 
Con excusas por adelantado, el padre pidió permiso a la abuela de la pequeña para que ellos pudieran jugar juntos. 
A patir de ahí, hasta el solsticio de final de verano, todos los días Jack escalaba la colina para ver a su pequeña de rosas cortadas. Un triste día, Madeline lloraba amargamente.
- "Mi abuela ha enfermado, y debemos irnos a la ciudad para que puedan curarla. No sé si podré volver"- Le explicó al amor de su infancia entre llantos. Con la inocencia del primer amor, le entregó la rosa que llevaba en la mano como símbolo infinito. - Siémbrala y cuidala todos los días, mientras ella siga viva, yo te seguiré queriendo.- Jack,  se despidió de ella por última vez, dándole un suave beso en la mejilla y llevando su rosa consigo.

Su madre siempre decía que las cosas deben cuidarse bien para no romperlas, que la ropa debe estar doblada correctamente, y los juguetes metidos en el baúl. Que de esa manera nadie podrá estropearlos. Así fue que abrió el cajón de su mesita de noche y guardo su linda y roja flor, para que durase toda la eternidad.
A la semana siguiente, la madre mientras limpiaba se encontró la rosa calzinada entre cenizas. "Ha dejado de quererme, nunca volverá" pensó Jack. 

No se dió cuenta que el verdadero error fue suyo, que la rosa, al igual que el amor puro, debe ser libre y ha de cuidarse en su entorno vital; si la encierras para guardarla junto a ti, acabará marchitándose y muriendo en tus brazos.

Ahora él es el que se encerro en aquel cajón  junto a la rosa, y se evadió tanto del mundo que no se dió cuenta que la casa de Madeleine volvía a echar humo a través de su pequeña chimenea.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

¿Para qué tantos años de Historia estudiados en el colegio?

Se levantó tranquila y con parsimonia. Otro día más en aquella catástrofe de mundo.

En el resquemor de luz que entraba por la ventana, se vislumbraba la luz de un sol quemado. La cortina, que meses atrás había estado descorrida y dejaba entrever un fantástico paisaje, escondía los escombros de una habitación fría y desolada.

Estaba decidida a intentar cambiar las cosas, no quería seguir esperando a que los líderes políticos que jugaban con sus vidas como si fueran marionetas le dijeran lo que tenía que hacer.
Descorrió el telón rojo ceniza y vio como el polvo de las estanterías se evaporaba al abrir los grandes ventanales de hierro.

Se asomó a observar las ruinas de lo que un día fue su gran ciudad. Los pájaros ya no surcaban los cielos, los árboles de hojas verdes estaban quemados y derruidos, y la voz de alarma que anunciaba que los tanques saldrían a la calle permanecía serena, al menos durante un par de horas. 

Meses atrás había visto y leído diferentes libros historias sobre la Guerra Mundial, sobre las guerras civiles de su país, sobre las ruinas y los dolores que dejaban en el mundo. Le habían parecido lejanas, era tan complicado ponerse en esa situación en aquel momento, la sociedad había cambiado y evolucionado, ahora había maquinas nuevas que predominaban en un lugar mejor, había más comida, un estado de bienestar, una educación y una ética moral, ya no estaba bien visto matar.

Sin embargo, allí estaba, viuda, huérfana, sin ropa que ponerse, saqueada por los que años anteriores salían en la radio hablando sobre paz  y sobre progreso. ¿Y ahora que sería de su vida?

Le habían prometido que la guerra acabaría, que la ganarían, que el dolor se iría y que todo volvería a la normalidad. Sin embargo, ella no veía a ningún ganador, solo veía pérdidas por todos lados.
Dolor, miedo, frustración, vidas tiradas, arquitectura rotas, un país masacrado...¿dónde estaba la victoria?

Pensaba en aquellos años que había pasado estudiando en el colegio la historia pasada de su lugar, cuando algún compañero no entendía el sentido didáctico de la materia y el profesor argumentaba que había que conocer los errores del pasado para no volver a cometerlos nunca. Y aquí estaban de nuevo, al igual que sus antepasados que consideraban primitivos, matándose unos a otros por razones políticas y religiosas, sin tener un verdadero fin en sí mismo.

¿Por qué seguir luchando? ¿Quién inició la guerra? ¿Quién la continúo?
Se pasó su vida siguiendo ordenes de su padre, de su marido, de su madre, de su hermana mayor, de su maestro, para perder todo su significado en un segundo; para quedarse sin nada por lo que sonreír. Y entonces ¿qué sentido tenía ahora esconderse para después seguir luchando?

En su cabeza no cabía la posibilidad de que alguien realmente hubiera querido llegar a aquel punto, de que nadie lo hubiera querido frenar, evitar; de tirar y quemar las armas a la basura. No comprendía como alguien puede buscar lo que vivía, como después de leer, estudiar y analizar el sufrimiento de antaño, alguien se había atrevido a atacar físicamente a otra persona. 

No entendía para que servía realmente la guerra sino era para destruir, para dañar, para acabar con todo el esfuerzo que venían manteniendo desde años atrás. 

Estaba cansada de esconderse y de ver la vida pasar escondida detrás de sus cortinas mugrientas. Decidió salir, decidió vivir, y cuando fue a la calle, el sonido de una bomba que caía del cielo fue el último grito de sus ideales de paz, que morían lentamente mientras su cuerpo estallaba en pedazos.

Unos ideales, que aunque hayan pasado miles de años desde la última guerra mundial, no se han extendidos a todos los humanos que habitamos el planetas, unos ideales que se debilitan y se hunden cada vez que se comete un acto de violencia, cada vez que se acaba con una vida,... cada vez que se encuentran motivos para poder iniciar una guerra.



domingo, 8 de noviembre de 2015

El enanito inocente

 Esta entrada es un Reto que me propuso @LidiaCobain2 en Ask que consistía en escribir un relato utilizando las palabras:  Océano Aurora Boreal Zapatero Juego y Regadera. Espero que os guste.

 
Cuándo los bosques aún no habían sido destruidos por los humanos, los enanitos creaban sus aldéas en las zonas más humedas. Con palos de madera construían sus humildes hogares. Cuando el invierno llegaba, debían partir en busca de otras zonas más resguardadas del frío, encontrando diferentes árboles y flores silvestre que les proporcionasen sombra y refugio.En la familia nómada de Cospitán, nació el pequeño enanito Colorado, llamado así por el color de las mejillas que adornaban su piel. 

Colorado siempre iba a la escuela a escuchar las enseñanzas de su viejo profesor. Él les contaba historias sobre otras razas, decía que además de los enanos, los gnomos y los elfos, vivían también unas extrañas criaturas llamadas Humanos que se dedicaban a destruír sus bosques y quemar su comida. Colorado, que siempre fue inocente y creía en la bondad de la gente, quería descubrir eso por el mismo. No entendía como alguien podía actuar así, como podían hacer daño por gusto.

Cuando se convirtió en un pequeño enanito adolescente, tras la puesta en blanco en el que la sexta Aurora Boreal del año tiñió el cielo de azul, decidió que era el momento de resolver esa incógnita que desde años atrás venía removiéndole los pensamientos.

Habló con sus padres y reunió a unos cuantos compañeros de colegios. Juntos, como si fuera un simple juego, crearon una barca con palos de madera y la lanzaron al pequeño riachuelo que separaba el bosque del resto del mundo desconocido para ellos.
Tardaron dos días enteros en cruzar el pequeño hilo de agua, para ellos, unos enanitos, resultaba ser como un gran océano que hacía más lejano su deseo. Poco a poco, siguieron caminando hacia su destino, pasaban los días escondiéndose en las sombras de las rocas del camino, comiendo las migajas y las comidas que transportaban en sus mochilitas, y apoyándose unos a otros para demostrar que no existía verdaderamente la maldad. 

Tras meses de viaje, por fin comenzaron a dislumbrar aquella ciudad sobre la que tantos libros habían leído en el colegio. Llegaron a un pequeño comercio situado en el interior del pueblo. "Zapatero", se leía en el letrero de la puerta. Era grande y de color marrón. Se trasladaron por debajo de las mesas y sillas, intentando llegar a llamar la atención de aquel buen hombre que antendía a una señora situado tras el mostrador. Por más que gritaban y por más que saltaban, nadie parecía verlos. Estaban cada vez más desilusionados, pensando que su largo y costoso viaje no había servido para nada. 

Cuando estaban a punto de desistir, un matrimonio seguido de un niño de unos cinco años entró en la tienda. El pequeño humano, pareció dislumbrarlos, y corriendo los cogió y los metió en el bolsillo de su chaqueta. Al principio, los enanos estaban inquietos y chillaban, pero nadie parecía escucharlos. El niño les señaló con la mano que se mantuvieran en silencio. Aquella noche, mientras el resto de la familia cenaba, el niño, asustado por el tamaño mínimo de sus nuevos amigos, intentaba entenderlos, no comprendía como existían unos seres tan maravillosos y el nunca los había visto. 

¿Era posible a caso que nadie más pudiera verlos? Decidieron hacer la prueba saliendo a pasear al día siguiente por toda la ciudad. Se cruzaron con todos los habitantes del lugar. Todos saludaban al niño, pero solamente los más pequeños se daban cuenta de la existencia de los pequeños enanitos.  Definitivamente ninguno de los grandes humanos podía verlos.

Los enanos, comprendieron que no es que los humanos fueran malos, sino que no sabía que los bosques estaban llenos de vida vegetal, animal y mágica. El niño calló con su recuerdo para toda la vida. Y cuando creció, para honrar a sus pequeños amigos a los que nunca pudo volver a ver, decidió adornar los jardines del pueblo con estatuas imitando sus figuras. Creó los llamados gnomos de jardín, aquellos que adornan los espacios delanteros y traseros de las casas, que dan vida a las plantas y que suelen ser del mismo color que la regadera del lugar.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Y sus alas se extendieron hacia el cielo.

Recuerdo como me cogía en sus brazos con fuerza, para que no me rompiera, como si fuera un cristal con fracturas por todas partes. Con miedo de que su pequeña sufriera algún percance. Me abrazaba contra su pecho mientras me cantaba diferentes nanas, me contaba cuentos sacados de libros que al final siempre se inventaba.

Al caminar, cuando mis pies se doblaban hacia los lados y yo necesitaba su mano, solo tenía que poner la cara temblorosa para encontrarlo, en menos de dos segundos, dándome su dedo índice para que yo lo agarrara. "Sujétate con fuerza, venga un pié y después el otro, despacito y sin soltarte" Repetía mientras yo recuperaba la confianza para dar un paso más. 

Conforme fui creciendo, mis necesidades iban cambiando, y sin que me diese cuenta el las cumplía una a una, tratándome como si fuera su pequeña princesa. Pasó de llevarme al kiosko para comprarme un huevo kinder y armarme la sorpresa mientras yo le aplaudía, a darme cinco euros a la semana para poder ir al cine con mis amigas. Siempre me daba uno al principio y me decía que con eso tendría suficiente, y cuando me iba a ir de su casa, me metía cuatro más en el bolsillo mandándome un guiño para que nadie lo viera. 

¿quién me iba a decir a mi que sus brazos se irían aflojando mientras yo aún seguía queriendo vivir en ellos? Nunca terminé de crecer, siempre conservé mi niñez y eso fue gracias a él, que me mantenía feliz, recordándome mi parte infantil. 

Con unos 12 años, cuando mi último diente se me calló me compró una de mis revistas favoritas y con la ilusión de ser mi segundo padre lo colocó en mi mesilla. En su casa siempre había chocolate para mí en la nevera, y da igual la edad que yo tuviera, podía correr hacia su cuarto y lo compartíamos a medias. Y al contarme sus batallas, las que vivía cuando tenía mi edad, cómo disfrutaba recordando cuando iba al río a bañarse los domingos con su primo; después volvía a casa y su madre siempre le regañaba, pero el era feliz "estando lleno de moscas y espantándolas con las manos".

Y los periódicos, esa era otra, los compraba a diario para completar todas las colecciones de libros, muñecas y abanicos que ofertasen, y todas me las daba a mí, "es una tontería niña, pero yo sé que a ti te gusta" me repetía cada domingo. 

Siempre tan formal y tan severo con mi educación, exigiéndome mi máximo y enseñándome todo lo que sabía. Que no era poco, enseñanzas de la vida y de conceptos básicos que he tenido la suerte de conocer solamente gracias a  él. Recuerdo una vez que me dijeron que tenía que hacerle una entrevista a un ídolo para mí, me planté en su casa con la grabadora y es uno de los grandes momentos que me ha regalado. 

O en verano, cuando íbamos a verle a su casa de veraneo y comíamos pescado frito con el resto de la familia, yo me sentaba en su regazo y el me partía y ofrecía los trocitos sin espinas. Siempre fui su niña más mimada y consentida, hasta mi madre lo decía. 

No entendía cuando en cada uno de mis cumpleaños me decía que yo le hacía viejo. No era consciente de las canas que afloraban entre su pelo negro azabache, esas pérdidas de memorias típicas de la edad que yo me cegaba al mirar.

Y sus brazos,... llegó el día en el que pasó de sujetarme el a mí a tener que sujetarle yo a él para andar. ¿es injusto? Quizás lo era para mí, es duro tener que cuidar a una de las personas que te ha enseñado a crecer y a vivir. 

No era capaz de comprender sus señales, esas que me mandaba mientras poco a poco se elevaba al cielo, solo le faltaban unas alas gigantes. Alas con las que poder volar cada noche hasta mi cama, alas que le acompañarían a volver a verme algún día, alas para convertirse en un ángel de la guarda, alas que me separaron de un tesoro sagrado.

Y en el fondo eso es lo que queda, el recuerdo de la persona que ha hecho tu vida un poco especial, porque puede haber muchos abuelos como el mío, pero cada persona es única y singular, y con él se fue parte de mi alma. Se llevó la inocencia de esa niña pequeña a la que sostenía para andar.